Desafíos de la urbanización más allá de 2050 el Alfa y Omega

El crecimiento y expansión de la vida urbana tiene muchas expresiones e implicaciones.

Una de ellas es su velocidad y magnitud. Se tiene estimado que en 1900 el 13% de la población mundial vivía en ciudades, mientras que para el año 2050 serán el  70%. Pero es mucho más que porcentajes. En 1900 había 1600 millones de personas sobre la faz de la tierra y para 2050 serán casi 10000 millones.

Estos números implican una fortísima tensión para la habitabilidad del planeta, desde el uso del espacio, en primer lugar, la saturación de vivienda y la disposición de espacios para llevar una vida digna. No menos importante será la necesidad de espacios para la producción de alimentos y el volumen de los mismos.

Otras variables importantes corresponden a las fuentes de empleo y riqueza que permitan subsistir a las personas. La desindustrialización, producto de las nuevas tecnologías y el desplazamiento de la mano de obra a los servicios es una característica que en la década de 2000-2010 se manifiesta como un grave problema social. Para muestra baste la protesta social de los «indignados» en el mes de mayo de 2011. Qué tipo de alternativas de desarrollo humano, de empleo y expectativa habrá que ir incrementando gradualmente conforme se de esta expansión poblacional. Nos quedan apenas 40 años. ¿Qué perspectivas tenemos qué construir y qué ofrecer?

Un planeta de ciudades más inteligentes

Nuestra creciente preocupación por las condiciones del medio ambiente, la reducción del consumo energético y la protección de los recursos naturales tienen también que ser abordadas con audacia y decisión.

Los años que lelvamos corridos del siglo XXI se parecen cada vez más a las fantasías fílmicas de MadMax que a las idílicas visiones futuristas de armonía por la ciencia y el progreso. La diferencia entre los sueños y la realidad que habitamos tiene su raíz en la pérdida de foco. Se trata, podemos decir, del «efecto Babel». El capítulo11 del libro del Génesis nos expone la contraposición del plan de los hombres al plan de Dios. El pacto recién hecho entre Dios y Noé se vé confrontado por la iniciativa de los hombres que se dicen: «¡Vamos! Fabriquemos ladrillos y pongámoslos a cocer al fuego»…. Después dijeron: «Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra» (ver. 3-4).

El espíritu de nuestro tiempo no tiene nada de nuevo, es tan viejo como aquel sueño secular de los hombres de Babel. Trastornar el plan de Dios y articular una ciudad bajo la lógica del poder, del prestigio y de la riqueza pasa factura. Finalmente la ruina de Babel no se debe a un «castigo divino» sino a las implicaciones propias de una lógica inhumana, egoísta y arrogante. Esa mentalidad está arraigada en nuestro tiempo, desafortunadamente.

Frente a ello. El programa de acción que la Iglesia ofrece y que forma parte de las preocupaciones de la Pastoral Urbana incorpora. ¿Qué ofrece Dios, qué le ofrece Cristo y qué le ofrece la Iglesia Católica a la realidad del crecimiento de las ciudades y la expansión de la vida urbana?

En primer lugar Dios le ofrece sentido y esperanza al ser humano. Le ofrece amor para comprender que su destino es la felicidad, la construcción y la armonía en una convivencia que le haga feliz de manera personal y colectiva.

Cristo ofrece a la vida de la ciudad el sentido de que es en este espacio vital donde se tiene que vivir la fe, el amor y la esperanza, lo que en términos seculares significa ser buen samaritano para los demás, ser buen prójimo para quienes nos acompañan en esta vida. Los grandes y graves retos expuestos de espacio, vivienda, empleo, medio ambiente, etc., reclaman la reflexión crítica y la consciencia de lo que estos fenómenos nos exigen como vocación al servicio de la vida.

En el Documento conclusivo de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida se explica, respecto a estas realidades lo siguiente:

1) En primer lugar, el DISCURSO INAUGURAL DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI nos da el sentido teológico del misterio de nuestra convivencia:

«… Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, “el amor hasta el extremo”, no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura».

Los numerales 82 a 97 señalan algunas de las constataciones respecto al efecto del modelo de desarrollo sobre el medio ambiente, pero especialmente en los numerales  60 a 82  se describen las consecuencias humanas de  estos procesos.

Como respuesta de fe y esperanza a esas realidades se propone  la tercera parte del documento de Aparecida, titulada «La vida de Jesucristo para nuestros pueblos» :

356. La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la existencia humana “en su dimensión personal, familiar, social y cultural”. Para ello, hace falta entrar en un proceso de cambio que transfigure los variados aspectos de la propia vida. Sólo así, se hará posible percibir que Jesucristo es nuestro salvador en todos los sentidos de la palabra. Sólo así, manifestaremos que la vida en Cristo sana, fortalece y humaniza. Porque “Él es el Viviente, que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría
y de la fiesta”. La vida en Cristo incluye la alegría de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir a quien nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de una sexualidad vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su amor sincero. Podemos encontrar al Señor en medio de las alegrías de nuestra limitada existencia y, así, brota una gratitud sincera».

361. El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre. Por eso, pide a sus discípulos: “¡Proclamen que está llegando el Reino de los cielos!” (Mt 10, 7). Se trata del Reino de la vida. Porque la propuesta de Jesucristo a nuestros pueblos, el contenido fundamental de esta misión, es la oferta de una vida plena para todos. Por eso, la doctrina, las normas, las orientaciones éticas, y toda la actividad misionera de la Iglesia, debe dejar transparentar esta atractiva oferta de una vida más digna, en Cristo, para cada hombre y para cada mujer de América Latina y de El Caribe.

En la parte medular dedicada a la Pastoral Urbana, el documento nos ayuda a entender la oposición del proyecto de la ciudad de Babel, la ciudad de los hombres, a la ciudad de Dios que está por venir:

515. El proyecto de Dios es “la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén”, que baja del cielo, junto a Dios, “engalanada como una novia que se adorna para su esposo”, que es la tienda de campaña que Dios ha instalado entre los hombres. Acampará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido (Ap 21, 2-4).
Este proyecto en su plenitud es futuro, pero ya está realizándose en Jesucristo, “el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin” (21, 6), que nos dice “Yo hago nuevas todas las cosas” (21, 5).

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