Pentecostés (cincuenta, es decir cincuenta días después de la pascua) era, en Israel, la fiesta de la recolección (cf. Ex 23,16; 34,22). De ser una fiesta agraria se convirtió en fiesta histórica: en ella se recordaba la promulgación de la ley sobre el Sinaí. Recibía también el nombre de “fiesta de las semanas”. En este día la ciudad de Jerusalén se llenaba de creyentes judíos venidos a la festividad desde diferentes lugares de la diáspora (dispersión).
Los cristianos conmemoramos en pentecostés la donación del Espíritu Santo, tomando como punto de partida el texto de Hech 2,1- 21, aquí se relata como los discípulos de Jesús, estando reunidos temerosos y sin saber que hacer, al recibir el don del Espíritu que les llevará a proclamar la buena nueva a todos los que estaban en la ciudad. Esto resulta muy significativo hablando de la pastoral urbana que tiene como objetivo: llevar el evangelio a la ciudad, a los diferentes ambientes, a las diferentes culturas y situaciones que la ciudad presenta; y ante toda su problemática, es necesario vivir hoy la fiesta de pentecostés para ir a llevar el mensaje de salvación a todos los hombres y mujeres que necesitan hoy de este ímpetu evangelizador nuevo que ayude al hombre urbano a descubrir la presencia renovadora y transformadora del Espíritu; entendiendo esta presencia como un dinamismo de amor y vida que nos introduce en él a todos los que guardamos la Palabra que Jesús, nos revela y ofrece. A nosotros nos toca aceptarla e incorporarnos a esa fuerza que tiende a expansionarse.
Dios no nos ha creado para reclamarlos luego la vida como tributo y sacrificio. El no absorbe ni disminuye al hombre; lo potencia. Su gloria es que el hombre viva. Por eso, estimar, afirmar y hacer crecer al ser humano, a todo ser humano, a los otros y a nosotros mismos, es darle gloria, ensalzarle por su amor.
Ser cristiano es dejarse guiar por el Espíritu Santo y descubrir cada día la novedad de Dios, la novedad de la Buena Noticia, de la vida nueva, la novedad de amar a tope, hasta el extremo.
Hoy, como siempre, el peligro esta en no creer en el Espíritu Santo, en no aceptar su presencia. En encerrarse y en replegarse, en mirar hacia atrás, en repetir lo de siempre, en pensar que ya tenemos la verdad y que hay que defenderla en vez de hacerla, en creer que ya conocemos a Dios del todo. Hoy también, en la realidad de la ciudad, la consigna es: dejarse conducir, por el Espíritu hacia nuevas maneras de encarnación en un mundo cambiante; hacia nuevos caminos de vivir la fe sin renunciar a ser personas. Es necesario con la fuerza del Espíritu sacar la fe del templo, para vivirla sin miedo a campo abierto.
Pbro. Fernando Olascoaga Ayala, Diócesis de Toluca
Alumno Maestría en Pastoral Urbana