Ah! Misterio eterno
Tan presente y tan oculto en mi interior
Te levantas con voz estrepitosa
Reconoces esa llamada de tu Señor
Hoy llegó el Papa Francisco… hace apenas unas horas… y mientras escribo estas líneas, seguramente, él estará intentando dormir para tomar un poco de fuerzas y realizar la misión a la cual ha sido llamado por el Espíritu.
Él se ha llamado a sí mismo peregrino. Misionero del amor y de la paz… un profeta de la paz, del amor. Términos que están tan deslavados que ya no sabemos que significan.
¡Paz! ¿Cómo reconocer la paz entre tantos desaparecidos?
¡Amor! Y se viene el 14 de febrero… fecha marcada por el consumismo y por la reducción del amor a su mínima expresión.
Y llega Francisco, el Papa que es hermano, que es peregrino… y, entre sus primeros gestos, besa a un niño enfermo que la primera dama le trae con exigencia. Es un beso pleno de ternura, de silencio, de entrega, sin miedo, sin límites… también abre los brazos llamando a los niños y niñas quienes no piensan solo se le entregan…
Ahora yo, en medio de la noche, no logro dormir. Estoy inquieto. Algo me sobresalta en el pecho. Me paro. Preparo café. Repaso el breve recorrido de Francisco. No sé por qué lo hago. Me doy cuenta… es el significado de las acciones de Francisco las que no me dejan descansar.
Me doy cuenta que, a pesar de balbucear un camino en la Pastoral, yo también necesito, quizá más que nadie, que me hablen de Dios.
Hermano, hermana… háblame de Dios. De ese Dios hecho carne lleno de amor. De ese Dios amoroso que, con los brazos abiertos, jamás se cansa esperar a quienes vivimos en las periferias del corazón.
Hermana, hermano… háblame de Dios… ya no más con palabras… sino con las obras del corazón… esas que diriges hacia quienes amas y te aman, pero más con esas obras dirigidas a quienes te odian, a quienes te lastiman, a quienes te hieren… a quienes te crucifican…
Herman@… Yo también necesito que me hables de Dios.
Alejandro Emiliano.
12 de febrero de 2016
Primera noche de Francisco en México