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María: Símbolo de libertad para la mujer contemporánea

Lo femenino, que desde hace ya más de un siglo representa uno de los puntos cruciales e inquietantes del panorama socio-cultural de nuestra civilización, es también punto de referencia obligado en la consideración de la mujer en relación con María. Después de siglos enteros durante los cuales la Virgen ha representado el modelo femenino, desde que los movimientos feministas han adquirido tonos y medidas que han hecho inevitable su aparición histórica, esa identificación se ha resquebrajado y ha hecho crisis, hasta aparecer hoy del todo absurda. En la cuestión femenina podemos distinguir, una relación de causa y efecto. Por un lado, tenemos un discurso cultural, cuyas primeras expresiones pueden encontrarse ya en el medievo, que denuncia las injusticias de la condición femenina, reivindica el derecho de la mujer a la instrucción y pone de relieve las ventajas que la sociedad puede obtener de su participación en la vida social y en la producción haciendo fructificar sus dotes y sus capacidades específicas. Este discurso es solamente teórico hasta que los profundos cambios suscitados por la revolución industrial influyeron en la condición femenina; de ahí la entrada de las mujeres en el mundo del trabajo, la afluencia a las ciudades, las alteraciones en el planteamiento de la vida familiar, en las costumbres y en la moralidad corriente; además, como consecuencia del desarrollo de las ciencias aplicadas, la prolongación de la vida media, la desaparición de la mortalidad infantil y la posibilidad de un control cada vez más seguro de la facultad de procrear.

Los aspectos teóricos y prácticos de la cuestión poco a poco se han, enfrentado y sostenido mutuamente, llevando a cambios sustanciales en la condición femenina, que hoy no conoce ya diferencias respecto a la masculina en el plano de los derechos y de las oportunidades sociopolíticas, sin embargo, esos cambios no han resuelto el problema.  Sin pretender distinguir exactamente cuánto es atribuible en la actual situación del mundo femenino, podemos trazar a grandes rasgos el modelo que de hecho domina hoy en ese mundo, particularmente en el juvenil: una mujer con nivel de instrucción igual o parecido al del hombre con claras intenciones de trabajo, sobre todo en el periodo que precede al matrimonio, aunque con frecuencia también después; una mujer que considera la formación de la pareja fruto de una opción libre motivada por el amor y que a menudo no desemboca necesariamente en la institucionalización; una mujer que en las relaciones conyugales considera indispensable una igualdad absoluta de derechos, deberes y responsabilidades; que respecto a la maternidad establece una notable reestructuración ya sea cuantitativa (número muy limitado de hijos en programa), ya sea cualitativa (no es sólo ser madre lo que da significado a su vida).Obviamente, la realidad femenina no corresponde del todo a este cuadro; incluso, especialmente en determinadas zonas geográficas, niveles de edad y estratos sociales, sigue prevaleciendo netamente la figura tradicional de la mujer dependiente del hombre, cerrada material, afectiva y culturalmente en el ámbito de la familia, y que a lo sumo tiene presentimientos de las novedades descritas, que se traducen en una sensación de malestar difícil de precisar, el modelo de mujer que se propone en todos los niveles no es ya ciertamente el de la mujer ángel del hogar, esposa y madre, que se contenta únicamente con el servicio del marido y de los hijos; así lo confirman las experiencias entre las mujeres más jóvenes y más instruidas.

Para establecer ahora una relación entre estos hechos y la figura de María, hay que referirse ante todo al modo en el que de manera particular las mujeres en el pueblo de Iztapalapa, se han apropiado de una  devoción a la  Virgen de  la  Bala,  de la que  se  señala que a inicios del siglo XVII, había una pareja de españoles radicados  en el pueblo, este matrimonio se distinguía por vivir en armonía y por ser un gran ejemplo de amor sincero, hasta que el demonio consiguió sembrar en ellos la discordia, logrando poner celoso al marido. Enloquecido el esposo por el odio, un día decidió matar a su inocente esposa, tomó una pistola y le disparó. Lo único que pudo hacer la desvalida mujer para salvaguardarse, fue tomar como defensa y escudo una pequeña imagen de la Virgen bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, que poseía desde tiempo inmemorial, y a la cual ella le profesaba gran devoción. En el momento del disparo la munición fue detenida milagrosamente por la imagen y, según los jesuitas fray Francisco de Florencia y Antonio de Oviedo, la bala quedó incrustada en la peana «tan bien encajada que aunque se mueve nunca se ha podido sacar«. Este suceso fue asumido como prueba irrefutable de la fidelidad de la mujer, y el marido así quedó desengañado. De tal manera fue como se le nombró Nuestra Señora de la Bala a dicha escultura. De igual manera es patrona de las mujeres embarazadas y parturientas, por lo mismo se le pide traer con bien a los hijos, o concebirlos si existe algún problema de infertilidad. También los devotos creen que protege a quienes tienen profesiones peligrosas (por ejemplo los policías y soldados) que corren riesgo de ser alcanzados por balas asesinas se cree que las desvía.

En las diversas  expresiones  de cultos  a la Virgen,  resulta un complejo caleidoscopio encuadrar a la imagen de la Virgen y al  mismo tiempo  son una amalgama de significados, pues en la sociedad contemporánea, y en particular en las condiciones de la mujer, bien sea en el ambiente doméstico, donde las leyes y las costumbres tienden justamente a reconocerle la igualdad y la corresponsabilidad con la vida familiar; bien sea en el campo político, donde ella ha conquistado en muchos países un poder de intervención en la sociedad igual al del hombre, bien sea en el campo social, donde desarrolla su actividad en los más distintos sectores operativos, dejando cada día más el estrecho ambiente del hogar; lo mismo que en el campo cultural, donde se le ofrecen nuevas posibilidades de investigación científica y de éxito intelectual, sin embargo, sería arriesgado y simplista extraer conclusiones negativas sobre la relación entre María y la mujer contemporánea. Precisamente porque el mundo femenino se encuentra en  evolución  y dispuesto a captar cualquier elemento de novedad, la confrontación con la figura de María mediante una consideración crítica encaminada a destacar sus aspectos verdaderamente esenciales puede ofrece resultados inesperados.

Las relaciones entre la consideración de María y el modelo femenino predominante en cada época han sido inevitables. María, representa para la Iglesia mucho más que una mujer, Honrar a la madre de Dios, rezarla con gran confianza e imitar sus virtudes se convierten en los ejes del culto mariano.

María se coloca ante todos los fieles como modelo de virtud. Y se trata de «virtudes sólidas y evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios, la obediencia generosa la humildad sencilla, la caridad solícita, la sabiduría reflexiva; la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos, agradeciendo los bienes recibidos, ofreciendo en el templo, orando en la comunidad apostólica; la fortaleza en el destierro, en el dolor; la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor; el vigilante cuidado del hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz; la delicadeza previsora; la pureza virginal; el fuerte y casto amor esposal… La iglesia católica basándose en su experiencia secular, reconoce en la devoción a la Virgen una poderosa ayuda para el hombre hacia la conquista de su plenitud. Ella, la mujer nueva, está junto a Cristo, el hombre nuevo, en cuyo misterio solamente encuentra verdadera luz el misterio del hombre, como prenda y garantía de que en una simple criatura, es decir, en ella, se ha realizado ya el proyecto de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre» (MC 57).

Por lo demás, no hay necesidad de proclamarse feminista para ver que todo el discurso eclesial sobre la mujer lo han desarrollado siempre voces masculinas. Es importante profundizar  y vincular a  las mujeres  con la  imagen de  María, como signo de libertad en la obediencia al amor de Dios.

Miriam Cruz