Por: Alejandro Javier Ruíz Escalante
Profesor de Comunicación Pastoral de la Maestría en Pastoral Urbana
Desde tiempos remotos la Iglesia ha observado muy de cerca a las diferentes técnicas de difusión. Buscando, con ello, promover en todo momento el uso de estos sistemas de difusión, y hacer conocer a las diferentes audiencias su mensaje. Así, vale la pena citar un texto muy significativo sobre este tema: Evangelii nuntiandi, donde el Papa Paulo VI enfoca su atención para examinar con aguda visión, los instrumentos de divulgación que la sociedad ofrece para integrarlos al servicio de la evangelización del mundo.
Lo primero a destacar en ellos, afirma, es su enorme potencial de enlace simultáneo entre millones de individuos. Paulo VI los califica de «casi sin límites”.
Enseguida el Papa hace una declaración que pone en claro la posición y el pensamiento eclesiástico frente a los MDS:
«La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más.»(EN, 45)
Esto es un claro reconocimiento de la fuerza, potencialidad, recursos y medios que definen a estas técnicas de difusión, y con los cuales la pastoral urbana debe aprovechar para la propagación de la Verdad en su labor y compromiso. Es decir, con el fin de la profundización en el conocimiento informativo y formativo de la fe.
Para la pastoral urbana no sería adecuado hablar tanto de la culpabilidad de no querer o saber utilizar estos medios por parte de la Jerarquía; sino, más bien, como en muchas otras cosas en la nueva evangelización, el sentimiento debe personalizarse por cada uno de los miembros de la Iglesia Católica.
¡Soy YO!, somos cada uno de nosotros quienes debemos sentir esa preocupación de no querer o no saber utilizar dichos medios como una justa compensación al mal uso que de los mismos se viene haciendo sin recato.
Ahondando sobre el tema, Paulo VI señala: «Con ellos la Iglesia pregona sobre los terrados»(Cf. Mt10, 27; LC 12,3) el mensaje del que es depositaria. En ellos encuentra una versión moderna y eficaz del púlpito. Gracias a ellos se puede hablar a las masas»(EN, 45).
Para lograr estos fines de penetración, la evangelización en las grandes urbes, debe cambiar el paradigma y la noción de la comunicación como un simple intercambio de información, y deberá asumirse, en consecuencia, un modelo centrado en la persona que perciba la comunicación como una alternativa de superación y entendimiento humano.
Desde esta perspectiva, comunicar se transforma en una verdadera pastoral profética, en un compromiso orientado a darle sentido a la vida en comunidad y en común unión. Esto permitiría el conocimiento y reconocimiento de sus valores, diferencias, dones y talentos. Evitando las hegemonías ideológicas, étnicas y demás mensajes, actitudes y acciones perjudiciales.
La voz de la comprensión y aceptación mutua, que no la de la tolerancia, debe predominar en la comunicación social en este tipo de pastoral, y dejar fluir toda una serie de mensajes positivos y plenos de justicia, de integración como una extensión de la caridad y la verdadera difusión del amor y la virtud cristiana. Así como suelen llegar muchos otros mensajes con fines menos nobles, confirmando lo que ya Cristo advertía:»…pues los hijos de este mundo son más astutos para sus cosas que los hijos de la luz»(LC 6,8).
Entonces, la pastoral profética en la urbe tiene una misión y un método que consiste en enseñar al comunicador católico a estar abierto a horizontes de diálogo y entendimiento, donde se trabaje permanentemente sobre la defensa de los derechos legítimos y la dignidad del hombre.
Por ello la Pastoral Urbana debe puntualizar las condiciones que llenen la transmisión -del mensaje evangélico- a través de los medios masivos.
Lo cual supone de antemano un «desafío», ya que debe llevar una verdadera capacidad para: «penetrar en las conciencias, para posarse en el corazón de cada hombre en particular, con todo lo que éste tiene de singular y personal, y con capacidad para suscitar en favor suyo una adhesión y un compromiso verdaderamente personales»(EN, 45»).
Es decir, el mensaje debe llegar al individuo con el talento suficiente para crear conciencia, reflexión, revisión de vida, conversión y, finalmente, instalación en el corazón. Con permanencia y no como brisa pasajera que no deja más que aromas o sensaciones esporádicas y fugaces.
El mensaje deberá llegar con todo su vigor y eficacia para poner al hombre ante sus propias circunstancias, y que como resultado obtenga la respuesta de seguir un nuevo camino: el que lleva a Dios.
DÍA DE PENTECOSTÉS, 2011