¿El cuerpo en la virtualidad eclesial?

Un tema central, en el segundo día de trabajo del “Encuentro Global Urbano”, ha sido la corporalidad como creadora de vínculos. 

Un tema muy complejo para la Iglesia.  

Por un lado, la pedagogía y la psicología han manifestado la necesidad del contacto físico agradable para el desarrollo saludable del ser humano. No solo durante las primeras etapas de crecimiento sino a lo largo de la vida de mujeres y varones. Tal contacto físico agradable es uno de los factores de salud mental para los matrimonios. 

Por otro lado, la realidad nos muestra continuamente el aumento de violencia física en todos los niveles de la sociedad como la violencia intrafamiliar, el acoso escolar (bullying), el acoso laboral (mobbing), el abuso y violencia sexual hasta el homicidio y el feminicidio, pasando por el secuestro y la desaparición forzada. 

También conocemos diversidad de grupos que han defendido la corporalidad desde hace muchas décadas y los resultados están a favor o en contra de la vida del no-nacido, de la sexualidad, del matrimonio. Además, tenemos la experiencia de que las reuniones sociales de las nuevas generaciones no necesitan de la presencia física. Estas nuevas generaciones han usado las redes sociales en turno desde hace varios años para fomentar sus relaciones sociales y emocionales. De ahí que no sea extraña la queja de padres y madres de familia sobre el uso excesivo de los celulares y tabletas o la recomendación en las iglesias de apagar los celulares durante la celebración de los ritos. 

Ahora, por la pandemia, nuestra Iglesia se encuentra entre el rescate de la corporalidad y el nuevo aprecio por la virtualidad. Es un tema de sobrevivencia de la parroquia tradicional o territorial y es la apertura a la parroquia virtual en donde cualquier territorialidad queda superada porque el punto de comunión es el “gusto” por la manera en que se celebra, se enseña, se dialoga y se llegan a acuerdos. No solo es una sobrevivencia financiera por los escasos recursos económicos sino una sobrevivencia de la identidad de la comunidad. 

En otras palabras, la organización vertical tradicional de la Iglesia se ve permeada por un impulso renovador de diálogo entre iguales. En donde no hace falta convencer a nadie sino aceptar las acciones “que le nacen” a los participantes y en donde la eficacia de los grupos queda supeditada a un like y a la asistencia virtual de los invitados, porque, si el grupo no funciona, los invitados simplemente no se conectan o cierran sus micrófonos y sus cámaras.  

¿Qué hacer entonces con el aprecio de un cuerpo que es capaz de contagiar a cualquiera en medio de la asamblea? 

¿Cómo nuestra fe en Cristo nos permite enfrentar el miedo a la muerte, física, emocional y espiritual? 

¿Cómo tomar las decisiones de la pastoral desde diálogos entre iguales en grupos virtuales y no ya desde el criterio de autoridad? 

¿Cuáles serán los perfiles de los fieles de las próximas  parroquias virtuales? 

¿Cómo evitar la exclusión social de todas aquellas personas que no cuentan con los medios para acceder a la virtualidad y conservar la unidad de la Iglesia? 

Iztapalapa, CDMX, 20 de agosto de 2020. 

Alejandro Emiliano1 

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