
https://forms.gle/Voo9QuXChR2akRno7
Este es el link para el registro
Pbro. Dr. Carlos María Galli, Docente de la Universidad Católica de Argentina
20:00 horas (hora central de Ciudad de México. UTC -6.
Universidad Católica Lumen Gentium
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Este es el link para el registro
Pbro. Dr. Carlos María Galli, Docente de la Universidad Católica de Argentina
20:00 horas (hora central de Ciudad de México. UTC -6.
Con la participación de Monseñor Jaime Mancera, Vicario de Evangelización.
22 de septiembre de 2020, 20 horas (centro de México).
Participación libre, previo registro.
Hace algún tiempo comencé a escribir acerca de la pastoral urbana y, entre las primeras líneas de mi escrito, puse que ya no era necesario definir qué es pastoral urbana. De pronto me di cuenta que llevaba nueve páginas y no terminaba de definirla.
Hoy, recuerdo aquella anécdota porque a estas alturas el concepto “nueva evangelización” parece ser ampliamente conocido y utilizado. O tal vez, incluso, pasado de moda.
La pandemia es una clara oportunidad de poner en marcha la nueva evangelización. Permítanme situar el concepto con estas ideas: la misión esencial de la Iglesia es comunicar la Buena Nueva -esto es- el anuncio de que Dios nos ama como sus hijos y nos ha elegido para la salvación. Que Jesús viene a dar Testimonio del Padre y que, por el Espíritu Santo, nosotros, los bautizados, venimos a unirnos a este misterio. La Iglesia es instrumento para comunicar y vivir este Mensaje. Recordemos que en el Evangelio de San Juan se nos dice que el Mensaje se encarnó y puso su casa entre las nuestras, se volvió un vecino más en la ciudad.
La Nueva Evangelización es una convocatoria a mantener el impuso de comunicación del evangelio en las realidades de la cultura contemporánea, de ahí que en su momento el Papa San Juan Pablo II empleara esa recordada y sonora expresión: “evangelización, nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión”.
A pesar de todo, siempre me queda la duda de si estamos entendiendo cuál es la novedad a la que se refiere. Siguiendo con mi incumplido esfuerzo de brevedad, considero necesario puntualizar algunas interpretaciones erróneas o insuficientes:
1) El mensaje lo es todo, el lenguaje es lo de menos.
Si se trata de comunicar el Evangelio entonces es cuestión de hacer más de lo mismo. Multiplicar las acciones. Si se trata de un renovado ardor, entonces hay que hacer muchas, muchas cosas… iguales.
El activismo pastoral -monótono- ha caracterizado las iniciativas que en los últimos treinta años han ido erosionando la presencia de la Iglesia en el mundo y la cultura contemporánea.
2) Quedarse con el medio y olvidarse del mensaje.
Por el contrario. Creer que lo que importa para hacer llegar el mensaje a un nuevo destinatario es el medio, como si se tratara de escribir en facebook las mismas palabras que antes escribimos en papel.
Si me permiten hacer un pequeño paréntesis histórico, en 1914 los alemanes invadieron Francia, en aquel momento los estrategas de este último país creían que el radio no podía sustituir a las palomas mensajeras para llevar los mensajes al campo de batalla. Pero, no es sólo cuestión de mandar el mismo mensaje, porque el mensaje también tiene que cambiar de acuerdo con el medio, como escribió McLuhan en 1964.
3) Pensar que el mundo no ha cambiado, ni debería cambiar.
Si se habla de una nueva evangelización es precisamente porque los tiempos han cambiado y, por ello, la evangelización también tiene que cambiar. Si bien, Jesús es el mismo, ayer, hoy y siempre (Hebreos 13, 8), las personas, los interlocutores de Jesús, sí cambiamos, sí somos otros.
La cultura contemporánea es una cultura diferente. ¿En qué es diferente? Destacadamente en que esta es una sociedad plural, donde diferentes catálogos de valores circulan por las calles, donde la cultura no es uniforme, sino que existen diversidad de culturas urbanas y donde, en último término, esta diversidad significa que la Iglesia tiene que traducirse para lograr comunicarse.
Y me parece necesario también señalar que no nos abandona la nostalgia del “todo tiempo pasado fue mejor”, olvidando que quien toma el arado y mira para atrás no sirve para el Reino de Dios (Juan 9, 62).
4) Pretender que el destinatario se adapte para que me entienda.
Quienes hemos tenido la oportunidad de visitar países que hablan otro idioma, hemos tenido que esforzarnos por hacernos entender. Es ilógico pensar que si viajo a otro país, serán las personas con las que voy a interactuar, quienes deban aprender mi lenguaje y no aprender yo el suyo. Esta forma tan ilógica es la que parece prevalecer entre muchos agentes de pastoral que dicen estar abiertos a escuchar, cuando lo que quieren en el fondo es ser escuchados, pero sin aprender el idioma del otro. Vivir en la misma ciudad no significa que no estemos frente a diversos lenguajes que no alcanzan a comprenderse…. Porque todo lenguaje es al mismo tiempo un marco de valores, como escribió Saussure.
5) Creer que a la gente no le interesa.
El último problema radica en el prejuicio que descalifica de antemano el esfuerzo evangelizador. Suponer que a la gente no le interesa porque sencillamente no nos podemos hacer entender.
Aquí tiene una página de un idioma que no conoce. Sencillamente la hacemos a un lado porque no la entendemos, no porque no interese (oprima para saber de qué trata).
Lo mismo sucede porque tácitamente se espera que la gente forme parte ya de mi comunidad de comprensión y que por ello entienda y valore lo que yo les estoy diciendo. Esto no ocurre. Ese sería el punto de llegada, pero no puede ser el comienzo.
Efectivamente la gente pasa de largo; en efecto, la gente cierra la puerta; sí, los jóvenes siguen yendo a sus reuniones, pero no me hacen caso. No porque no les interese, sino porque el lenguaje que yo hablo y los valores de mi lenguaje, no forman parte de su cultura y no los entienden.
La Pandemia como Oportunidad
Desde luego, ver la actual pandemia como una oportunidad no pasa por alto el enorme sufrimiento y dolor que muchos están experimentando. Me interesa destacar que este evento que conmociona a toda la humanidad y que sólo es comparable con otros eventos semejantes de al menos 100 años atrás, rebasa con mucho nuestra capacidad para comprender sus alcances.
En efecto, no es el evento más grave en la historia de la humanidad, pero sí es el más grave que ha tocado a nuestra generación, a la de nuestros padres e incluso a la de nuestros abuelos. Es una crisis y las crisis son oportunidades también. Nos sacuden y nos permiten reflexionar sobre lo que hemos hecho y sobre lo que podemos hacer.
De muchas maneras la humanidad se encuentra en estado de reflexión, de interrogante y de búsqueda. Por ejemplo, se ha achicado la gran confianza que se tenía en la ciencia y en la medicina. La seguridad que se tenía en medios de comunicación y en el poder de los gobiernos -aun los de aquellos países más adelantados- también ha sido rebasada. No menos importante es el cuestionamiento a la fe… la pregunta eterna para la humanidad: “cómo es que, si Dios es bueno, permite la enfermedad, el sufrimiento y la muerte”.
En un estado de desconcierto y de apertura, el Evangelio es oportuno. Es oportuno llamar y acercarse -aunque sea por teléfono, por mensaje o cómo se pueda- a los familiares, a los amigos, a los conocidos. Es oportuno recordar las palabras de confianza y de consuelo del Redentor. Es oportuno inspirar la esperanza en nuestras vidas. Es oportuno multiplicar los esfuerzos, pequeños o grandes, de solidaridad con tantas causas que requieren ayuda. Es oportuno ayudar a encontrar soluciones a quien por cualquier motivo se pregunta ahora -qué voy a hacer-.
Todas estas situaciones, ¿qué tipo de mensaje y que tipo de comunicación requieren?
En este momento de búsqueda muchos están abiertos a tomar un curso o taller, otros esperan simplemente que alguien les escuche, algunos más ya se han agotado por el dolor y necesitan alguien que les tienda la mano… todo ello es una oportunidad para ser coherentes con el Evangelio y todo ello es tan nuevo, como eterno….
¿Qué más te nace hacer?
Un tema central, en el segundo día de trabajo del “Encuentro Global Urbano”, ha sido la corporalidad como creadora de vínculos.
Un tema muy complejo para la Iglesia.
Por un lado, la pedagogía y la psicología han manifestado la necesidad del contacto físico agradable para el desarrollo saludable del ser humano. No solo durante las primeras etapas de crecimiento sino a lo largo de la vida de mujeres y varones. Tal contacto físico agradable es uno de los factores de salud mental para los matrimonios.
Por otro lado, la realidad nos muestra continuamente el aumento de violencia física en todos los niveles de la sociedad como la violencia intrafamiliar, el acoso escolar (bullying), el acoso laboral (mobbing), el abuso y violencia sexual hasta el homicidio y el feminicidio, pasando por el secuestro y la desaparición forzada.
También conocemos diversidad de grupos que han defendido la corporalidad desde hace muchas décadas y los resultados están a favor o en contra de la vida del no-nacido, de la sexualidad, del matrimonio. Además, tenemos la experiencia de que las reuniones sociales de las nuevas generaciones no necesitan de la presencia física. Estas nuevas generaciones han usado las redes sociales en turno desde hace varios años para fomentar sus relaciones sociales y emocionales. De ahí que no sea extraña la queja de padres y madres de familia sobre el uso excesivo de los celulares y tabletas o la recomendación en las iglesias de apagar los celulares durante la celebración de los ritos.
Ahora, por la pandemia, nuestra Iglesia se encuentra entre el rescate de la corporalidad y el nuevo aprecio por la virtualidad. Es un tema de sobrevivencia de la parroquia tradicional o territorial y es la apertura a la parroquia virtual en donde cualquier territorialidad queda superada porque el punto de comunión es el “gusto” por la manera en que se celebra, se enseña, se dialoga y se llegan a acuerdos. No solo es una sobrevivencia financiera por los escasos recursos económicos sino una sobrevivencia de la identidad de la comunidad.
En otras palabras, la organización vertical tradicional de la Iglesia se ve permeada por un impulso renovador de diálogo entre iguales. En donde no hace falta convencer a nadie sino aceptar las acciones “que le nacen” a los participantes y en donde la eficacia de los grupos queda supeditada a un like y a la asistencia virtual de los invitados, porque, si el grupo no funciona, los invitados simplemente no se conectan o cierran sus micrófonos y sus cámaras.
¿Qué hacer entonces con el aprecio de un cuerpo que es capaz de contagiar a cualquiera en medio de la asamblea?
¿Cómo nuestra fe en Cristo nos permite enfrentar el miedo a la muerte, física, emocional y espiritual?
¿Cómo tomar las decisiones de la pastoral desde diálogos entre iguales en grupos virtuales y no ya desde el criterio de autoridad?
¿Cuáles serán los perfiles de los fieles de las próximas parroquias virtuales?
¿Cómo evitar la exclusión social de todas aquellas personas que no cuentan con los medios para acceder a la virtualidad y conservar la unidad de la Iglesia?
Iztapalapa, CDMX, 20 de agosto de 2020.
Alejandro Emiliano1
Respuesta de la iglesia al hecho de la pandemia
La presencia es un hecho que debe reflexionarse muy profundamente. Jesús manifestó, en algunas ocasiones, que se requiere fe y no solo la presencia para manifestar la fuerza de Dios.
Una lectura cuidadosa del evangelio según San Lucas (capítulo 7, versículos del 2 al 10) puede aportar elementos para reflexionar sobre la realidad de la iglesia digital:
El centurión no pide la presencia física de Jesús. Sabe que basta que Jesús lo mande para que se realicen las cosas, tanto las del mundo y coma las del espíritu. Es la fe del centurión, su confianza en el poder de Cristo, lo que lo lleva a su presencia, y es esa misma fe y confianza, la que logra que su siervo reciba la salud y la salvación sin requerir de la presencia física de Jesús.
Ante esta situación crítica por la cual pasa la humanidad entera ¿no es momento de hacer un alto y reflexionar el testimonio que estamos dando?
Vemos año con año las bendiciones que el Papa manda a la ciudad y al mundo (Urbi et Orbi) a través de los medios de comunicación masiva. Esa invocación que hace el Papa es para que Dios derrame la salud y gracia sobre todo fiel que la reciba con apertura. Y los medios no la privan ni de su fuerza ni de su santidad… aún desfasada en el tiempo y en espacio físico; por el contrario, usando ese espacio nuevo, iluminado con la palabra de Dios, santifica con la gracia y la bendición que se trasmite por medio de él.
Este espacio nuevo que es el área digital lo debe conquistar y evangelizar la iglesia. El Espíritu Santo nos da los medios y la inteligencia para hacerlo y es él quien también nos impulsa por medio de los signos de los tiempos.
Quizá la iglesia, temerosa y responsable, ha dado este paso para atender la inmediatez de la situación, pero no logra sentir la necesidad de implementar y hacer propio este medio para las situaciones normales. Quizá la comodidad de la posición dentro del templo o la visión de una comunidad reunida físicamente o quizá los apremios económicos para atender la celebración física le impiden ver las realidades que se abren en el uso de este nuevo medio de difusión (uso que no es nuevo, pues varios Papas han usado la radio, la televisión y los medios digitales).
El punto de reflexión no es sobre la validez o no de la presencia digital, sino la licitud de generar la presencia virtual en los espacios parroquiales para que los fieles tengan esa presencia remota en alguna celebración.
Ahora, por la pandemia, se da licitud y se anima a hacerlo; más debemos entender que en muchas situaciones da solución a aquellos enfermos, minusválidos, ancianos y población vulnerable que no pueden acudir al templo. Da solución a las madres o padres que tienen hijos menores o enfermos.
El reto ahora es acercar el sacramento de la eucaristía y generar la responsabilidad de la cooperación material de todos los fieles con las obras parroquiales; por otra parte, también es un reto buscar que esa presencia digital propicie la identidad y la perseverancia en la comunidad local por medio de un interés en la comunicación con la jerarquía que celebra.
La oferta de transmisiones debe ser un acicate para los pastores. Ellos deben ser un medio para atraer y cuidar más a las ovejas y no solo a las que se han desbalagado. No debe ser un experimento que funcionó solo por la pandemia y se desautorizará cuando ésta sea superada porque solo propiciará desobediencia y rebeldía… no solamente por parte del clero sino también por parte de los fieles.
Ignacio Abarca (Diacono permanente)
La Maestría en Pastoral Urbana participa en el Encuentro Global Urbano. Un seminario de reflexión para hacer frente a los retos globales de la pastoral de la Iglesia católica en nuestro mundo.
Este encuentro se realiza desde el ciberespacio. No podría ser de otra manera, en medio de la pandemia por el COVID-19.
Los temas tratados no son desconocidos para los docentes investigadores, mujeres y varones, de la Universidad Católica Lumen Gentium, dedicados a la Pastoral Urbana, y que han sido plasmados en diversos libros y artículos publicados en diversas editoriales.
Una de las preocupaciones ha sido ¿cómo enfrentar con esperanza el resguardo voluntario por la contingencia sanitaria? No es extraño saber de la baja participación de los fieles en el culto religioso desde antes de la pandemia; tampoco es desconocido el miedo por la disminución de los católicos comprometidos. Este miedo a la dispersión del grupo es natural porque indica la pérdida o disolución de la propia identidad y, la primera reacción, es recuperar lo perdido, pero el riesgo es la defensa del status quo.
Por otro lado, algunos pensaban que, una vez que el semáforo de salud estuviera en naranja, todos volverían a los templos, pero la restricción para la población vulnerable, incluyendo niños y adultos mayores, impiden que las personas más asiduas al culto asistan regularmente y la razón es impedir el contagio. Así que las iglesias tienen una asistencia aún más baja… ¿cómo entendemos entonces una comunidad que no se reúne?
Algunas comunidades católicas han trasladado sus actividades pastorales a los medios digitales. Un esfuerzo loable en todos aquellos que lo han hecho. Sin embargo, el esfuerzo ha propiciado cierta comodidad en los espectadores, ya sea por miedo al contagio, ya sea por la facilidad de participar virtualmente sin salir de casa.
Además, son tantas las ofertas virtuales para participar en las celebraciones de las comunidades cristianas católicas que la competencia es fuerte y las preferencias se inclinan a las trasmisiones del Papa, del Obispo o del sacerdote con mejor elocuencia. Así que la Iglesia parece que se diluye en la virtualidad.
Ahora, para ahondar en los alcances de las acciones pastorales virtuales, el papa Francisco, tomando las palabras de un “buen obispo, muy cercano a la gente”, nos ha dicho: “Ten cuidado de no viralizar la Iglesia, de no viralizar los Sacramentos, de no viralizar al Pueblo de Dios”.
Papa Francisco (2020) Homilía de la misa del 17 de abril. https://www.vaticannews.va/es/papa-francisco/misa-santa-marta/2020-04/papa-reza-por-las-mujeres-embarazadas-advierte-contra-fe-virtual.html
Así que la pandemia nos ha mostrado lo que no queríamos enfrentar, nos pone frente a una crisis que tiene su origen desde varias décadas atrás:
¿Cuál es la propuesta cristiana para enfrentar las crisis vitales del ser humano actual de modo que propicien un grupo de pertenencia con alto significado para los participantes?
¿Cómo enfrentamos el miedo que nos causa el empoderamiento del ser humano actual que busca satisfacer sus necesidades si la Iglesia no lo hace?
Y ahora, además, nos planteamos otra pregunta:
¿Cómo entendemos a nuestra comunidad católica en una virtualidad que desvanece nuestra identidad frente a la multiplicidad de trasmisiones que pretenden captar audiencia para no desaparecer?
Iztapalapa, CDMX, 19 de agosto de 2020.
Alejandro Emiliano
Mtro. en Pastoral Urbana por la Universidad Católica Lumen Gentium. Lic. en Psicología Social por la Universidad Autónoma Metropolitana. Coordinador de la Maestría en Pastoral Urbana de la Universidad Católica Lumen Gentium. Investigador docente y autor de diversos artículos sobre fenómenos religiosos urbanos.
Los tiempos del COVID han traído innumerables desafíos y no menos preguntas. Existe un conjunto de preguntas que tienen que ver con la continuidad del culto, pues la mayoría de los templos están cerrados o han suspendido la celebración de misas y otros actos.
El hecho suscita varias interpretaciones que van desde aquellos que lo toman como un ataque a la libertad religiosa y los que consideran que ‘no pasa nada’ evidenciando una situación de irrelevancia de la religión en el mundo actual.
Como se suele decir, la necesidad es la madre de la inventiva, por lo que hay que ver que esta situación ha derivado en un insospechado auge de los servicios pastorales mediados por las nuevas tecnologías.
Párrocos que anteriormente eran escépticos del aprovechamiento de estas tecnologías, en parte porque no estaban familiarizados con las mismas, ahora se han volcado apoyados por numerosos fieles que han aportado el conocimiento necesario para echar a andar esta celebración.
Esto no sólo ocurre por la necesidad de hacer algo, de no parar y de seguir cumpliendo la función y responsabilidad de la cura pastoral de las comunidades, sino que también es algo que la gente busca en momentos de prueba. Es difícil estimar las audiencias reales, en particular porque hay miles de canales, pero una búsqueda de «la misa del día» arroja numerosos resultados y cada uno de ellos tiene miles de reproducciones, incluso decenas de miles. Probablemente se pueda pensar que haya más fieles conectados a la misa on line que a la celebración presencial si esta pudiera llevarse a cabo.
Esta situación merece varias reflexiones. La primera tiene que ver con el final de los pretextos. Aquellos que hasta ahora han sido renuentes a implementar y aprovechar los actuales medios para llegar a sus fieles, ya no puede excusarse en el futuro. En el mismo sentido, hay que pensar que la evangelización encuentra sus propios caminos y habría que establecer mecanismos más sistemáticos para la atención pastoral aprovechando las nuevas tecnologías. Lo que desde hace años veníamos denominado «ciberparroquia».
Este primer paso, nos debe mover a construir un modelo pastoral y litúrgico propio. Hay que pensarse en serio las rúbricas del misal romano «para la celebración de la misa on line». La atención pastoral en el ciberespacio no es sólo poner una cámara para reproducir lo mismo que se vería en directo.
De hecho, ya se puede observar que la celebración ocurre con diversas adaptaciones «de producción», como por ejemplo los cantos grabados, los encuadres de cámara para enfatizar la oración, el uso del micrófono. Una homilía concreta, no improvisada, entre otros.
Quedan dos temas de enorme importancia por revisar.
El rimero tiene que ver con el sacramento como signo sensible que debe estar al alcance del creyente. A pesar de todo lo bueno que pueda decirse de la celebración on line, existe la preocupación porque no está la presencia sensible del signo sacramental. ¿Qué tan determinante es esto?
Pensemos, por ejemplo en las velas. Las velas son un elemento obligado en la liturgia al punto de que enfatizan en cualquier espacio, desde el artarcillo doméstico, la presencia de lo sagrado. Antes de la introducción de la iluminación eléctrica, las velas no eran privativas del culto, ya que formaban parte de la vida cotidiana. Ahora están investidas de un simbolismo más fuerte cuando las reservamos no para iluminar nuestras noches, sino para acompañar nuestra oración.
En ese sentido, me parece que los signos de lo sagrado han ido transformándose como el estilo de vida ha ido cambiando. En la era de las comunicaciones digitales nuevos símbolos de lo sagrado pueden surgir. Este punto me conecta con el último, que desarrollo a continuación.
La religión es relación. La liturgia es una forma de comunicación y, como toda comunicación, es un circuito que va del emisor al receptor y de regreso, llevando un mensaje. Uno de los principales retos para la liturgia es operar auténticamente como acto comunicativo y en ese sentido, el feligrés de la ciberparroquia tiene que encontrar sus formas de expresión, de comunicación y de interlocución. La mera emisión unidireccional no resuelve este problema, de modo que se tienen que aprovechar diversos canales y abrirlos. Esto va desde quien pone una intención para la misa, pero no menos importante para quien pueda «tomarse de la mano» virtualmente.
Por último, observar la paradoja de que en tiempos de encierro la Iglesia por fin ha salido. Ha sido el encierro el que la ha catapultado a un nuevo areópago.
¿Cómo puede aprovechar este impulso? ¿Vólvera a retraerse la pastoral cuando pase la crisis?
¿Usted qué opina?
…¡Cuidado! No os alarméis, porque es necesario que
todo esto suceda; pero todavía no es el fin…
Evangelio según san Mateo 24, 6
Hace unos momentos vi por televisión «la serenata de los mariachis frente al Instituto de Enfermedades Respiratorias» para animar al personal de salud y a los pacientes hospitalizados por causa del COVIT-19.
¿Por qué un grupo de músicos pretende mejorar esta emergencia sanitaria con música? ¿Cómo es que estos músicos, tan golpeados por lo escaso del trabajo, pretenden aliviar los pesares de otros con la música de sus instrumentos cuando el sustento económico necesario para sus familias está en riesgo?
No lo sé, pero me conmueve… me hace recordar la solidaridad que los mexicanos nos hemos mostrado en los desastres de los años anteriores, donde juntos rescatamos a nuestros hermanos y hermanas, donde juntos lloramos las pérdidas y los difuntos, donde juntos reconstruimos…
Y esta música de mariachi, parte de nuestra identidad nacional, resuena al inicio de la Semana Santa… una semana que no será celebrada como solemos hacerlo: entre sol, paseos, vacacionistas y tumultos. Una semana santa en aislamiento voluntario que esconde el miedo al contagio, miedo a la falta de trabajo, miedo a la falta de dinero…
Un miedo tan silencioso como el mismo contagio del COVIT-19 que crece sin fronteras, sin barreras… tan amenazante, tan terrible, tan fatal…
Y vuelve a mis oídos la música de esos mariachis… de otros mariachis… de aquellos que hace poco tocaron las mañanitas a la virgen de Guadalupe… Sí, viene a mi corazón nuestra Madre de Guadalupe «No estoy yo aquí que soy tu madre… No temas esta enfermedad ni ninguna enfermedad…» y viene a mí memoria la representación de la Pasión en Iztapalapa que, de manera ininterrumpida, seguirá realizándose porque Él, el Señor de la Cuevita, nos libró del colera morbus…
La corta duración de las notas musicales del mariachi nos muestra los grandes hechos que hemos vivido como mexicanos de la mano de Dios, bajo el manto de María.
Al igual que nuestros ancestros somos flores y canto divino… y esta música, este canto, nos permite descubrir nuestras flores, lo hermoso de la vida en medio de la emergencia sanitaria mundial.
Sí, el único motivo para que el mariachi resuene en nuestros oídos es porque está llena de esperanza… una esperanza que solo tiene sentido si se comparte… la única razón es para que nos llenemos de esperanza.
Alejandro Emiliano
Lunes santo, Iztapalapa, 7 de abril de 2020.